Emprender el viaje

¿Que ocurre si decides abrir la puerta?


Si sientes que este viaje resuena contigo y decides dar el paso, lo primero será concretar una primera sesión en un día y una hora que nos venga bien a ambos.

Este enfoque no surge de la nada.
Se apoya en más de 30 años de experiencia en consulta como osteópata, en una formación continua sobre el cuerpo humano, la biología y la comprensión profunda del trauma.
A lo largo de los años, diversas corrientes —desde la Osteopatía clásica hasta enfoques somáticos modernos— han mostrado cómo el cuerpo puede almacenar impactos no resueltos, y cómo necesita un espacio seguro para liberar aquello que quedó congelado en su interior.
Este trabajo ofrece precisamente ese espacio.

Ya sea de forma presencial u online, comenzaremos con una entrevista en la que podrás contarme qué está ocurriendo en tu vida, cómo te estás sintiendo, o simplemente hablarme de tus síntomas.
Este primer momento es importante para situarnos y poder escuchar lo que de verdad está en juego.

Después de esa conversación, si estamos en sesión presencial, te tumbarás en la camilla con ropa cómoda y sin zapatos. A partir de ahí, entraré en contacto con tu cuerpo a través de un toque sutil y respetuoso.
En las sesiones online el trabajo es distinto, pero igualmente profundo.


En ese contacto, tu cuerpo tiene el espacio para empezar a hacer un trabajo que quizá ha olvidado cómo hacer.
Cada sesión es distinta.
Algunas son muy tranquilas, otras más activas, pero no hay un patrón correcto. Lo importante es lo que ocurre cuando se entra en relación con la sabiduría profunda del cuerpo.

Al finalizar, tendremos un pequeño momento para compartir cómo ha sido la experiencia.
Y especialmente en las primeras sesiones, me gusta que la persona me envíe un audio pasados unos días para contarme cómo se ha sentido. Es una forma de seguir acompañando el proceso, sin dejarlo solo.

A partir de ahí, el cuerpo marcará el ritmo.
Suele ser natural encontrarnos cada quince días, pero cada persona tiene su tiempo.
Si es adecuado, puedo compartirte recursos o pautas suaves para acompañar lo que esté surgiendo entre sesiones.


Una parte muy importante de este trabajo es no rechazar ni huir del malestar.
A diferencia de muchas terapias que buscan eliminarlo cuanto antes, aquí lo acompañamos con respeto, para que pueda transformarse desde dentro.

Si decides empezar este camino, te propongo que lo hagamos con un mínimo de tres meses de acompañamiento.
Es el tiempo que suele necesitar el sistema para asentarse, confiar y permitir un cambio real.
Durante ese tiempo, también es recomendable no mezclar este proceso con otros trabajos terapéuticos, para que el cuerpo no reciba señales contradictorias y pueda profundizar de verdad.

Un viaje real: Amar tus entrañas

Un viaje real: “Amar tus entrañas”

“Este texto ha sido escrito por mí como acompañante del proceso, y está complementado con unas palabras de la persona que lo ha vivido.”

Este escrito habla sobre el viaje de una mujer que decidió abrir la puerta.

La excusa perfecta para comenzar las sesiones la trajeron sus intestinos: un malestar muy fuerte en el vientre, vómitos que aparecían de la nada y que intentaban expulsarlo todo.

Aparentemente, el viaje parecía orientado a solucionar ese problema evidente, localizado en los intestinos.

Pero cuando se emprende este camino, empieza a emerger todo lo que el cuerpo ha estado guardando.

Aparece el peso que llevamos en la mochila desde hace tiempo. Aparecen los patrones que repetimos para agradar. Aparecen los miedos que se envuelven y se encapsulan. Y también nos damos cuenta, con honestidad, de que no podemos con todo solos.

En ese punto, suelo decir que se requiere de cierta valentía para transitar lo que aparece.

A veces hay tanto rechazo hacia lo que sentimos en nuestro cuerpo —incluso podría decirse odio hacia lo que se presenta— que cuando esto empieza a transformarse y comenzamos a comprender lo que el cuerpo trata de hacer por nosotros, surge algo inesperado: una forma de amar nuestras propias entrañas.

Y entonces el viaje deja de ser solo sobre los intestinos.

Empezamos a ver cómo nos movemos por la vida, cómo tratamos de agradar una y otra vez, cómo nos relacionamos con nuestra madre…

Pero sobre todo, aparece una invitación: empezar a moverse de otra manera.

Lo interesante es que este nuevo movimiento no nace de la mente, sino del cuerpo.

Es un movimiento que lleva tiempo intentando manifestarse, pero que hemos postergado por lo que nuestros pensamientos nos decían.

En este viaje —entre sesiones, mensajes de WhatsApp, momentos de dolor, días aparentemente tranquilos—

la digestión de lo antiguo empieza a ocurrir.

Y entonces, de pronto, surgen movimientos nuevos, espontáneos.

Nos sorprendemos a nosotros mismos viendo que hay otras formas de vivir, de responder, de respirar.

Y también vemos cómo ciertos miedos —al rechazo, a ponernos en primer lugar, a detenernos— comienzan a disolverse, y en su lugar aparece el espacio que el cuerpo pedía desde hace tanto tiempo.

Hay momentos que son difíciles de transitar, y en esos momentos es importante comunicarse con el terapeuta.

Y también hay momentos en los que ya no se puede volver atrás, porque lo que ha cambiado se ha asentado de verdad.

El cuerpo es inteligente y sabe lo que tiene que hacer.

A veces ocurren transformaciones tan profundas que ni siquiera los libros de anatomía podrían describirlas.

Confiar en el cuerpo y en su proceso es un buen lugar.

Amar mis entrañas cuando lo que siento me resulta placentero es fácil, amarlas cuando el dolor me arrasa me resulta muy complicado porqué  quiero que desaparezca lo que estoy sintiendo. Cuando empiezo a amarlas ocurra lo que ocurra y me permito experimentarlo porque confío en lo que mi cuerpo está haciendo, algo nuevo, fresco y mágico se abre para mí.

Pero este cambio no se ha dado siguiendo un método, utilizando herramientas ni provocándolo y tampoco he podido hacerlo sola porqué ha habido momentos muy duros. Esta nueva forma de vivir, ha surgido sesión tras sesión con la ayuda de Jose, aprendiendo a escuchar mi cuerpo, entregándome al proceso y atreviéndome a experimentar cualquier cosa que se mostrara. Dejando de interferir y querer que las cosas sean como yo quiero, estando disponible para lo que mi cuerpo quisiera hacer. Emprendiendo así un viaje sin retorno en el que, sin forzarlo, el faro ha dejado de ser mi mente y ha pasado a serlo mi cuerpo.”